Hoy en día, la gran mayoría de los museos son verdaderos contenedores de conocimientos e historias que están presentes a lo largo de la colección.
Disciplinas como historia, geografía, lengua, matemáticas, música suelen estar presentes entre las obras sin que nos demos cuenta, basta tener el ejemplo de la exposición Historias Naturales de Miguel Ángel Blanco en el Museo del Prado donde se presentaban diversas materias como biología, geología, paleontología, con la historia del edificio y la evolución del mismo hasta la actualidad.
Sin embargo, no siempre comprendemos a simple vista todo lo que aparece ante nuestros ojos en una visita. Como diría el principito «lo esencial es invisible a los ojos».
Es ahí donde entra en acción el trabajo de los educadores de museos.
Y es que, es mi opinión creo que más que educadores, muchas veces deberían atender al nombre de “adecuadores” de museos, debido a que uno de sus principales trabajos consiste en intermediar entre las colecciones y los usuarios, adaptando el mensaje a las necesidades que solicita cada visitante.
Bien es cierto que la museografía está avanzando mucho en los últimos años, gracias a tendencias como la museología crítica cada vez son menos los museos de cartelas con título, autor año y poco más, cada vez encontramos más texto, más historia más relaciones contextualizando la obra en un momento y lugar preciso.
Aun así el educador, lejos de tener que ser un iluminado en la materia que todo conoce y todo puede contar, lleva detrás una amplia formación e período de investigación. Debe mostrarse como un canal comunicativo, ser un intermediario para que los usuarios puedan sacar sus propias deducciones y conclusiones acerca de lo que están viendo.
Una técnica tan útil como antigua para esta función podría ser la mayéutica socrática, un diálogo a través de preguntas y respuestas por el que poder hilar ideas diversas que suscitan las propias obras y ordenarlas de forma lógica en un discurso que “empodere” al usuario y le haga sentirse protagonista de la visita, no ser un sujeto pasivo.
Creo que, esta labor, lejos de ser lo sencilla que aparenta en muchas ocasiones, como puede parecer el crear un diálogo con una batería de preguntas, muestra detrás una formación compleja, completa y diversa en muchos ámbitos y por eso recomiendo, si vais a algún museo, acercaros a un educador de museo y dejaros llevar.
*Álvaro Juanas. Licenciado en Historia del Arte. Estudiante del Máster en Museos de Zaragoza.
Adecuadores de museo: una propuesta
Hoy en día, la gran mayoría de los museos son verdaderos contenedores de conocimientos e historias que están presentes a lo largo de la colección.
Disciplinas como historia, geografía, lengua, matemáticas, música suelen estar presentes entre las obras sin que nos demos cuenta, basta tener el ejemplo de la exposición Historias Naturales de Miguel Ángel Blanco en el Museo del Prado donde se presentaban diversas materias como biología, geología, paleontología, con la historia del edificio y la evolución del mismo hasta la actualidad.
Sin embargo, no siempre comprendemos a simple vista todo lo que aparece ante nuestros ojos en una visita. Como diría el principito «lo esencial es invisible a los ojos».
Es ahí donde entra en acción el trabajo de los educadores de museos.
Y es que, es mi opinión creo que más que educadores, muchas veces deberían atender al nombre de “adecuadores” de museos, debido a que uno de sus principales trabajos consiste en intermediar entre las colecciones y los usuarios, adaptando el mensaje a las necesidades que solicita cada visitante.
Bien es cierto que la museografía está avanzando mucho en los últimos años, gracias a tendencias como la museología crítica cada vez son menos los museos de cartelas con título, autor año y poco más, cada vez encontramos más texto, más historia más relaciones contextualizando la obra en un momento y lugar preciso.
Aun así el educador, lejos de tener que ser un iluminado en la materia que todo conoce y todo puede contar, lleva detrás una amplia formación e período de investigación. Debe mostrarse como un canal comunicativo, ser un intermediario para que los usuarios puedan sacar sus propias deducciones y conclusiones acerca de lo que están viendo.
Creo que, esta labor, lejos de ser lo sencilla que aparenta en muchas ocasiones, como puede parecer el crear un diálogo con una batería de preguntas, muestra detrás una formación compleja, completa y diversa en muchos ámbitos y por eso recomiendo, si vais a algún museo, acercaros a un educador de museo y dejaros llevar.
*Álvaro Juanas. Licenciado en Historia del Arte. Estudiante del Máster en Museos de Zaragoza.